Historias de adolescentes que dejaron la escuela, pero que, con esfuerzo, regresaron a las aulas y hoy pueden imaginar un futuro distinto

Que ellos esperen ansiosos el inicio de clases es su primer gran logro del ciclo lectivo 2010. Para ellos, retomar la escuela -como harán los chicos de la mayor parte del país mañana- es mucho más que una rutina. Desde hace tres años, vienen haciendo grandes esfuerzos para no estar entre los 550.000 adolescentes de entre 13 y 17 años que, según el Ministerio de Educación de la Nación, no estudian ni trabajan.

Son Silvana, Celeste, Viviana, Brian, Javier, Daniel y otro Brian, siete de los 72 beneficiarios del Programa de Retención y Reingreso de la Fundación Cimientos, que desde 2006 lograron continuar sus estudios después de varios fracasos y una trayectoria discontinua en escuelas de Hudson y Berazategui.

«No veo la hora de empezar porque este año termino la escuela que, de verdad, me costó bastante», dijo Javier, de 17 años. «Hacía como que iba a la escuela, pero no iba, y me quedé libre en 8º año», detalla.

En cambio, para Brian, de 15 años, el atractivo este año radica en la posibilidad de conocer a nuevos compañeros y estudiar en un lugar diferente. «Después de nueve años, finalmente, me voy a cambiar de escuela», cuenta el adolescente que cursó la primaria en la Escuela Nº 51, de Hudson, y el primer ciclo de EGB en la Escuela Media Nº 48, inaugurada hace tres años en el edificio contiguo a la 51.

La directora de la Escuela Nº 48, María Elisa Fernández Pérez, destacó a LA NACION el buen desempeño de los alumnos ayudados por Cimientos: «En esta zona, la principal característica en los chicos es la repitencia y la asistencia alternada. Son también muchos los que dejan de venir porque van a ayudar a sus padres en el mercado de frutas de Tolosa».

El programa comenzó en 2006 con 200 beneficiarios, a los que proveía de una beca mensual -cercana a los 200 pesos mensuales- y del apoyo y acompañamiento de una psicopedagoga. De ellos, 72 continúan asistiendo a la escuela.

«Yo estuve remal. Había fallecido mi abuela y tenía muchos problemas. En la escuela, cuando venía, les quería pegar a todos y me llevaba todas las materias. Venía repoco y no hacía nada; molestaba a todos, hasta que Mariana me habló y me ayudó», cuenta Silvana, de 16 años, quien comenzará en estos días el 2° año del secundario. Se refiere a Mariana Casas, psicopedagoga de Cimientos, que tiene una reunión mensual con cada alumno becario, a los que sigue con llamadas telefónicas y mensajitos de texto.

Con el mejor promedio

«Ahora puedo hablar con los profesores y no pelear, como hacía antes», dijo Silvana. «Se ha esforzado mucho y este año se llevó sólo dos materias, de las cuales, en estos días, dio una bien», contó Mariana con satisfacción, y destacó también el caso de Celeste.

Con 17 años y embarazada de seis meses, Celeste comenzará el 4° año del secundario. En los últimos años tuvo serias dificultades familiares y fácilmente faltaba a la escuela. «Me quedaba dando vueltas por ahí o iba a lo de una amiga. Pero después me enganché y terminé el año pasado con el mejor promedio del curso y me dieron la Bandera en el acto de fin de año», cuenta Celeste, que tendrá a su primera hija en mitad del ciclo lectivo y quiere seguir estudiando, aunque todavía no sabe cómo se arreglará. «Ahora empiezo y después veré: una cosa por vez», responde.

Según la experiencia de los profesionales de Cimientos, muchos de los jóvenes que hoy están dentro del sistema educativo como alumnos pasan más días fuera de la escuela que adentro y registran hasta 80 o 90 inasistencias. También hay chicos, según dicen, cuya situación académica no cambia. Pasan los años y ellos permanecen en el mismo nivel.

El otro Brian del grupo de becarios, de 16 años, cuenta que dejó de ir a clase cuando estaba en 7° grado. «No me llevaba bien con los profesores y no entendía nada», dice, y agrega que en ese momento se puso a trabajar. «Tengo una máquina para cortar el césped, así que me ofrecía a los vecinos, pero después me aburrí y también dejé de hacer eso. Todo me cansaba», cuenta. Brian volvió a la escuela cuando se lo pidió su madre, luego de enterarse de las becas. «Me di cuenta de que puedo entender las cosas y tener una buena relación con los profesores», agrega.

También Daniel, de 18 años, que este año cursará 3° del secundario, intentó trabajar en vez de ir a la escuela. «Pero no se puede; te piden el secundario completo», dice el joven, que tardó varios años en comenzar el secundario después de haber repetido en la primaria una vez 4º grado y dos veces 7º.

Otra de las becarias, Viviana, de 17 años, aprobó el tercer año de EGB en la Escuela Nº 48 y, a una semana del comienzo de clases, aún no sabía en qué establecimiento cursaría el polimodal. Cuenta que no se anotó aún porque la escuela a la que quería ir está, según su hermano mayor, en una zona peligrosa. Sin embargo, está segura de que terminará el secundario. Afirma convencida: «Quiero seguir estudiando; no sé si periodismo o medicina».

Silvina Premat de LA NACION 28/02/10

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