Charla de Cintia Vanesa Dias

La intención de esta charla es reflexionar acerca de los conocimientos y experiencias que Uds. ya poseen y que les es propia.

He escuchado infinidad de veces a docentes que se cuestionan sobre su forma de trabajo, sobre los resultados que logran y los que no… y también he escuchado muchas veces el interrogante «¿seré el único al que le pasa?»

Generalmente los docentes desarrollan su tarea en soledad dentro del aula. Allí se enfrentan con situaciones cotidianas complejas que no por conocidas resultan fáciles de resolver. Estas situaciones requieren respuestas inmediatas en marcos institucionales que no siempre ofrecen las condiciones que uno esperaría.

Entre las situaciones que se nos presentan diariamente en el aula se encuentran esos momentos de tensión, ese clima de tirantez que se produce cuando interjuegan las naturalezas humanas con sus conflictos particulares.

¿Qué entiendo por problemas personales? Todos aquellos conflictos, dudas, necesidades, frustraciones del sujeto; tanto las que fueron generadas en su relación con el núcleo social (familia, amigos, entorno afectivo, laboral, etc.) como las que se originan en la conflictiva del sujeto consigo mismo.

¿Cómo definiríamos las conductas que podemos observar en el aula ante problemas personales?

En el alumno: estados de ausencia, mal comportamiento, falta de atención, agresividad, anulación, prepotencia, desobediencia, apatía.

En el docente: falta de entusiasmo, inflexibilidad, nerviosismo, injusticia, ansiedad, intolerancia, desgano.

Si tuviéramos que definir cómo influyen esos problemas personales en el aula seguramente la mayoría opinaría que negativamente, porque generan tensión.

Algunos podrían cuestionar el hecho que los problemas personales de docentes y alumnos se filtren en la tarea cotidiana. Como si fuera posible despojarnos completamente de nuestra vida cada vez que ingresamos al aula. Todos intentamos que nuestros problemas no interfieran durante la clase, pero muchas veces lo hacen. Seamos sinceros con nosotros mismos: si somos humanos no somos perfectos, no podemos con todo –aunque quisiéramos- y hay infinidad de situaciones que se escapan de nuestras manos.

Por esa razón el primer paso para hallar una solución es darse cuenta y ver esa realidad, explicitarla.

Les voy a poner un ejemplo: me corto el dedo pelando una papa, pongo una curita. Al estar tapada se me infecta. Vuelvo a registrar la herida sólo al sentir el dolor. Por analogía en el plano emocional, no reconocer un estado es tapar una herida que también se infecta y puede contagiar a otros tejidos emocionales; hasta que un día nos sentimos mal, enfermos, sin ganas ni fuerzas para hacer nada, contagiados de mediocridad y desesperanza debido a nuestra «propia necedad»: NO VER NUESTRA REALIDAD EMOCIONAL.

Por no querer reconocer que somos humanos, terminamos cosificandonos. Nos transformamos en objetos de nuestras propias limitaciones, no las reales, sino las que nosotros mismos nos hemos impuesto al desvalorizarnos o al creernos superhombres o supermujeres. Ver nuestra realidad implica también no culpar a los otros de nuestros propios conflictos. Muchas veces nos escudamos tras frases como: «es un grupo difícil», «a estos chicos no les interesa nada de nada» en lugar de enfréntanos a nosotros mismos y ver en que estamos fallando.

Quiero compartir con uds. una experiencia muy interesante.

Estuve realizando una investigación en el área vincular e hice algunas observaciones de clases en colegios secundarios. En la primera observación el grupo se mostró completamente apático. El profesor parecía carecer de ganas de dar la clase. La segunda observación del mismo grupo con otro profesor fue desconcertante: preguntaban, opinaban, escribían.

Se podría inferir quizás que el tema o la asignatura no los incentivaba. Sin embargo, en sucesivas observaciones del mismo grupo con distintos profesores de la misma asignatura, el grupo se mostró atento, entusiasmado y reflexivo. De esto se concluye, al menos provisionalmente, que la actitud del docente condiciona en parte el ambiente áulico.

Siempre existe un contrato pedagógico entre el docente y el alumno. A veces es explícito, pero por lo general permanece oculto: «ojo con Fulano, que si molestás en clase te toma de punto», «No con Menganita todo bien, siempre escucha lo que decimos, le importa nuestra opinión. Entonces es lógico que en las clases de Fulano los alumnos permanezcan callados y en las de Menganita expresen sus inquietudes.

Aún conservo el recuerdo de un profesor de mi secundaria. Nos observaba detenidamente mientras daba la clase, cuando la terminaba se acercaba a alguno de mis compañeros y le preguntaba si todo estaba bien. Y casi seguro, no lo estaba. Era, y sigue siendo, una costumbre muy difundida el copiarse en los exámenes. Algunos de mis compañeros eran expertos en el arte del machete. Pero jamás se copiaron en los exámenes del profesor Robledo ¿ y saben por qué? La respuesta de uno de mis compañeros me quedó grabada en la mente: «Como me voy a copiar y no voy a estudiar. Cómo le voy a hacer esto a ÉL»

El profesor no hablaba como nosotros, no usaba sus clases para hablar de fútbol, no mascaba chicle. Nos trataba con respeto, no con distancia, CON RESPETO. Y creo que fue su actitud lo que nos hizo respetarnos a nosotros mismos y estudiar. Porque copiarse en un examen es engañar y engañarse diciéndonos que sabemos lo que no sabemos. Luego esta conducta se va repitiendo en todos los ordenes de la vida hasta que llega un momento en el que no sabemos quienes somos, que queremos, ni hacia donde vamos.

La relación docente-alumno se enmarca en los parámetros del afecto. Los profesores y maestros que logran mejores resultados con sus alumnos son aquellos que les brindan comprensión y cariño, depositan en sus alumnos altas expectativas y se lo hacen saber, apuntalan su autoestima, les ayudan a crecer y a confiar en sí mismos proyectándose en el plano social. Mejorar el ambiente áulico no implica trámites burocráticos, ni inversión económica, no se requiere de técnicos ni expertos en nada, solo hace falta una actitud optimista.

Y hablando de expertos. Se han puesto a pensar ¿en qué consiste esto de la calidad educativa? Sabemos que está plateada desde la capacitación continua, los cambios en la organización y gestión, los controles ministeriales, cambios en la estructura del sistema y profesionalización del trabajador de la educación. Pero estoy segura que observaron un detalle: no se hace mención de la salud mental y emocional de los directivos, auxiliares, docentes ni alumnos que son los que forman parte de la comunidad educativa. Entonces, ¿de qué calidad estamos hablando si no contemplamos a los seres humanos que interjuegan dentro del sistema?

Sin importar las metodologías o los objetivos que son temporales, hay algo que perdura a través de los tiempos y esto es: el vinculo docente-alumno. Cómo vamos a pretender entablar vínculos sanos si no poseemos una salud mental y emocional. Cómo vamos a poseer una salud mental y emocional si tenemos que compaginar nuestra propia vida con el PEI, las exigencias de la institución, las planificaciones, los tiempos y demandas del sistema y los niños/adolescentes que están bajo nuestra responsabilidad… y encima no somos respetados como personas, no somos considerados como seres humanos con sueños, esperanzas, miedos, fe, deseos, sentimientos.

Convengamos que es más común que se elija la docencia por vocación que por los fabulosos beneficios económicos que conlleva. Estoy segura que a pesar de todas sus inclemencias uds. AMAN su profesión, ¿saben por qué puedo afirmar esto? porque se interesan, quieren perfeccionarse, ser mejores docentes. Pero saben que, para ser mejores docentes no basta con tener conocimientos de informática o de cómo planificar por proyectos. Para ser mejores docentes, directivos, auxiliares es necesario, por sobre todas las cosas, ser mejores personas. Y para ser mejores personas es necesario ver descarnadamente nuestra realidad que implica aceptar nuestros errores, pero por sobre todo: valorar nuestras posibilidades.

A veces una mirada, una mano en la cabeza, una sonrisa, pueden calmar al niño más salvaje. Es muy probable que se comporte de esa manera para obtener un poco de atención. Cuando sea oportuno le voy a transmitir lo mucho que lo aprecio y le voy a explicar que no necesita comportarse prepotentemente para obtener lo que quiere. Nunca le voy a llamar la atención frente a sus compañeros, tampoco en el momento en el que se produce el conflicto. Es bueno respirar profundo tres veces antes de decir algo de lo que nos podríamos arrepentir luego. A esto le llamo el control de la palabra. Y esto me trae a la memoria una frase que escuché una vez en una conferencia: «cuando un puño golpea deja marcas que el tiempo se encarga de borrar, pero cuando la lengua golpea deja marcas para toda la vida.»

Con respecto a nuestros propios conflictos, necesitamos buscar el apoyo de nuestros colegas. Hablar siempre, no cerrarnos al diálogo. Si necesito contención, la pido. No me siento a esperar a que me la ofrezcan porque muchas veces las personas no saben si «meterse» o no. Si algo me molesta, lo digo. Si algo me gusta, lo digo también. El expresar las emociones nos ayuda a reconocer los estados en nosotros.

Ahora bien, ¿cuál era el tema de la charla? «Cómo influyen los problemas personales del docente y del alumno en el aula»

Definimos qué son los problemas personales, cómo se manifiestan en las relaciones interpersonales, pero… ¿Qué es lo que hace que una persona tenga problemas personales? Las emociones y los deseos. Sin embargo el problema no está en tener emociones y deseos; la dificultad es mucho más peligrosa de lo que pensamos, porque es desconocida. Siempre nos hablan del pensamiento: nos enseñan cómo comer, cómo caminar. Aprendemos matemáticas, geografía, religión… pero ¿Quién nos enseña a sentir? ¿Quién nos muestra el lugar exacto donde se anida el vicio, la envidia, la desconfianza?¿Quién nos enseña a vivir?

¿Saben cuál es el disparador del problema en las relaciones interpersonales? La forma de comunicarse. No nos comunicamos sólo con palabras, los gestos y las expresiones corporales son sumamente significativas para aquel que se detiene a observar. Muchas veces una postura nos dice más de un estado interno que lo que el sujeto mismo nos puede expresar con palabras. Podemos aprender mucho al observar las posturas y los gestos de los niños y adolescentes, incluso es muy probable que un gesto o una postura sea el disparador de un fuerte estado emocional en mí lo que trae como consecuencia una tensión. Precisamente es entre la emoción y el deseo donde se gestan los conflictos, nace el dolor, la angustia, desesperación, impaciencia. Creo que la educación formativa debe apuntar al estudio profundo de estos temas.

Si en este momento me pregunto ¿ODIO? NO, YO NO

Si en este momento yo les preguntara si odian obtendría seguramente la misma respuesta: NO, NOSOTROS NO ODIAMOS!!!! Y aquí viene al caso citar a uno de los más grandes estudiosos de estos temas. Bhagavan Dás quien en su libro «La ciencia de las emociones» en el que se basó de forma casi textual Daniel Golemman para escribir su best seller nos dice que tanto la timidez como el autoritarismo son expresiones de odio. Aquí es donde hallaríamos una solución: empezar a definir con el nombre real a las cosas.

Viene a mi memoria una entrevista que escuché una vez en radio «Cultura». En un momento de la charla la periodista pregunta «Vos ¿sos drogadicta?» La entrevistada le contesta: «No. Soy adicta» la periodista insiste: «Entonces sos drogadicta». «NO. Soy adicta». «¿Por qué te reconoces como adicta y no aceptas que sos drogadicta?» Entonces la mujer le contesta: » «porque la palabra es muy fuerte y de alguna manera me hace tomar conciencia de lo que soy; y lo que veo no me gusta» ¿Entienden el ejemplo?

Muchas veces en las aulas se generan situaciones de tensión porque el que habla o el que escucha no dice las cosas como las siente, ni como son. Recuerden el ejemplo de la curita. Algunos individuos pretenden que no existe el sentimiento porque no lo manifiestan. ¿Por qué no dicen lo que sienten? ¿Porque son mentirosos? NO. Quizás son brillantes resolviendo teoremas, pero no tienen la capacidad de darse cuenta que ese día están enojados, angustiados o tienen miedo. Por eso insisto en la necesidad del estudio y reconocimiento de las emociones. ¿Se han dado cuenta que una de las razones de la falta de disciplina en la escuela es el desconocimiento del campo emocional?

Dice Bhagavan Dás en su libro que la emoción es una fuerza de atracción o de repulsión. Las divide en dos grupos: el amor y el odio. El amor atrae, el odio repele.

Pero lo magnífico de este autor es que ha podido realizar un estudio detallado de las emociones que se derivan del amor y del odio, Bhagavan Dás a logrado diferenciarlas de manera clara de acuerdo a las naturalezas de los individuos.

Por eso como profesional de la educación, les recomiendo su lectura, estudio y análisis porque créanme que les va a facilitar su trabajo en el aula.

Ya que el tema es infinitamente más vasto y es corto el tiempo que disponemos, voy a dar algunos ejemplos:

La dulzura, la delicadeza, la benevolencia son expresiones del amor.

Mientras que la cobardía, la inflexibilidad, la rudeza, el menosprecio, son emociones derivadas del odio.

En esto de las relaciones interpersonales, por sobre todas las cosas quiero destacar tres pensamientos:

1° Hacerse cargo y responsable de lo que se dice, se siente y se piensa.

2° No buscar culpables de nuestros estados porque somos nosotros los seres humanos, los constructores y arquitectos de nuestra vida.

3° Una correcta relación humana está basada, por sobre todas las cosas en el principio de la libertad. Aprender a decir es tan importante como saber escuchar.

Las universidades generan profesionales: médicos, arquitectos, ingenieros. Las escuelas deberían generar personas; y es el docente, es el maestro… SON UDS. Los encargados de extraer de la mente y corazón de los niños ideas y proyectos de vida que les permitan en un futuro ser profesionales, pero, por sobre todas las cosas: SER BUENAS PERSONAS.

* Conferencia dictada en el Consudec

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