En el contexto actual de la educación escolarizada se define al alumno como protagonista, quien es el responsable de lo que aprende y en quien han de desarrollarse capacidades y habilidades para adaptarse al cambio que exige la sociedad actual, preparándolo para la vida a través del desarrollo de las competencias genéricas, disciplinares y profesionales. Los docentes debemos tomar una nueva postura desde nuestro quehacer en el aula, una que atienda y promueva la integridad del ser a través de un nuevo modelo educativo, un paradigma holista capaz de fomentar el diálogo y la construcción del conocimiento con base en el reconocimiento mutuo y del contexto, con el empleo de las nuevas tecnologías, que asuma el reto de atender la revolución informática, biomolecular y cuántica a la que se enfrentan las nuevas generaciones. Esto ha de lograrse si, asumimos la educación desde una revolución de los esquemas mentales.

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Desarrollo

Existen valiosos motivos para darle vida a la palabra y manifestar la verdad a través de ella. Conocimientos, descubrimientos, sentimientos, emociones y experiencias del día a día son expresados, en su mayoría, por medio de ella. Bien empleada, honesta y comprometida, la palabra nos hace coincidir en el mundo. No así cuando nace desde contextos con valores diferentes y se convierte en un detonante de conflicto, de desencuentro en nuestras relaciones con el otro, con el mundo, con uno mismo y con la realidad.

En la educación actual prevalecen prácticas pedagógicas en el manejo de contenidos curriculares que no guardan relación significativa con la realidad en la que viven los estudiantes, situación que se concreta en una experiencia escolar aburrida y desarticulada que genera bajo rendimiento y deserción escolar. Ante este reto nos vemos en la necesidad de adoptar una nueva postura como docentes, el paradigma holista, entendiéndose —según la concepción de Gallegos Nava— como una estrategia comprensiva para reestructurar la educación en todos sus aspectos. Esto implica mirar al mundo en términos de interrelación y unidad, esta dinámica está centrada en el proceso de aprendizaje (aprender a aprender, aprender a vivir juntos, aprender a ser) y se orienta hacia las dimensiones de ciencia, sociedad, ecología y espiritualidad, con una visión integradora, es decir, en el reconocimiento del otro.

La humanidad, a lo largo del tiempo, ha estado fundamentada —filosófica y epistemológicamente— en el determinismo, mecanicismo y materialismo del siglo XVIII. Esto respondía al trabajo instrumentalista en el cual los valores fundamentales fueron el control, la competencia, el consumo y el éxito material. Lo anterior nos hace sentir únicos, aislados, poseer verdades personales que difícilmente coincidirán con la verdad del otro, con la verdad compartida, la que valdría la pena defender.

Paulo Freire —refiriéndose al complejo, pero rico acto de educar— reiteró a través de su pedagogía del diálogo que «nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo». De ahí la necesidad de generar un diálogo emergente que nazca desde los valores, reconociendo la importancia del otro. Éste deberá ser de ida y vuelta o como coloquialmente se dice, de «dando y dando». Un proceso fundamentalmente basado en la reciprocidad y en la capacidad de leer el contexto para dar paso a una verdadera construcción del conocimiento.

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El educador está exigido a favorecer el desarrollo de un mundo más humanizado a través de un nuevo enfoque para ver la realidad. Un educador del siglo XXI —con interés por la vida, la dignidad y el desarrollo pleno de todo ser vivo— necesita desarrollar y vivir una pedagogía que ponga atención en la necesidad del reencuentro con el humano. Realidad que nos obliga a reflexionar sobre nuestra postura ante la emocionante tarea de educar.

Nos interesa detenernos en cómo toman forma como pensamiento social los conceptos «cultura de paz» y «educación para la paz», que Lacayo examina en «El nuevo milenio, la onu, la paz y la seguridad internacionales». Estos términos surgen después de la Segunda Guerra Mundial, en la Conferencia de Londres (noviembre 16 de 1945), en la cual la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) explicó su finalidad: «Utilizar, proteger, aumentar y difundir educación, cultura y ciencia que puedan contribuir significativamente a la paz y a la seguridad sobre la base de la solidaridad humana».

La actual visión de «cultura de paz» supone una forma de convivencia socio-cultural que se caracteriza por la vivencia de los derechos humanos, el desarrollo sustentable y el humano, la justicia, el respeto a las diferencias, la democracia, las nuevas relaciones con la naturaleza, la superación de la pobreza y la solidaridad en las relaciones humanas y que vincula estrechamente los componentes universales y nacionales. No es sinónimo de homogeneización social, sino de difundir una cultura de las diferencias, de la tolerancia, de la negociación, de la concertación, del diálogo. En síntesis, el desarrollo debe estar en torno a las personas y no las personas en torno al desarrollo

La interrelación cultura-educación explica que el movimiento de educadores por la paz se organizara también en la postguerra y que la promoción de la paz como valor humano ha encontrado en la UNESCO a su mejor aliado para hacer llegar la paz a través de la educación. La educación es considerada en la actualidad como una necesidad básica y un derecho humano fundamental. La cobertura y la calidad de ésta son aspectos importantes en la búsqueda por la equidad en el campo educativo. La equidad o inequidad social están asociadas a indicadores tales como el género (hombre o mujer), territorio (urbano o rural) y étnicos (raza). El proceso de la educación comprende toda actividad y experiencia que nos enseña —ya sea con relación a habilidades concretas o sin ellas— conocimientos teóricos o actitudes personales. Para Castilla la educación es nuestra experiencia de la vida, por lo que se multiplica la importancia de recrear prácticas positivas y enriquecedoras en el aula.

La globalización explica la inevitable difusión de problemas que decenas de años atrás podrían vincularse sólo a marcos nacionales. Esto, según Fabelo, se asocia estrechamente con las relaciones de explotación existentes. Michio Kaku afirma que la humanidad del siglo xxi vive cambios radicales y profundos que caracterizan su convivencia, mismos que se enmarcan en los procesos de globalización dentro de los contextos económico, político, social y cultural. Las revoluciones que marcan a este siglo son la informática, la biomolecular y la cuántica.

Sin embargo, el futuro en la educación de los jóvenes no depende sólo de cuántos cambios informáticos podamos absorber o cuántas transformaciones existan en la comprensión del mundo desde la física cuántica, Debemos asumir cambios desde lo más profundo de nuestra vida, ser capaces de cambiar nuestra forma de comprender el mundo, de sentirlo, de construirlo a través de lo que Aldana considera una cuarta revolución: «Nuestros esquemas mentales».

En la reforma educativa, específicamente en el acuerdo 444 (Diario Oficial de la Federación, 2008), se establecen las competencias que constituyen el Marco Curricular Común del Sistema Nacional del Bachillerato. Éstas se clasifican en habilidades genéricas, disciplinares básicas, disciplinares extendidas y profesionales.

Se define a las competencias genéricas como las que articulan y dan identidad a la educación media superior; son las que los bachilleres deben desempeñar para comprender el mundo e influir en él. Estas habilidades los capacitan para seguir aprendiendo en forma autónoma a lo largo de su vida y a desarrollar relaciones armónicas con quienes les rodean. Es indispensable que los jóvenes que cursan el bachillerato egresen con una serie de habilidades que les permitan desplegar su potencial, tanto para su desarrollo como para contribuir al de la sociedad.

En México existe una población joven que está en el tránsito entre la educación secundaria y la media superior, y que en los próximos tres o cinco años decidirá su futuro académico o laboral. Actualmente la formación en México no provee las condiciones necesarias para que ellos se sientan competentes en el mundo laboral, aún no hemos logrado cambios significativos dentro de las aulas, existe resistencia al cambio, ignorancia y, por qué no decirlo, miedo ante el cambio del modelo educativo.

Como docentes debemos crear consciencia de la necesidad del cambio, creer en nuestro potencial, nuestra creatividad y talento para impulsar con ánimo un nuevo paradigma que genere un mayor sentido en el sistema educativo mexicano. Una transformación que nos permita pertenecer a la nueva sociedad del conocimiento y que garantice la competitividad de las nuevas generaciones para enfrentarse al sistema económico capitalista desde una postura integral. Para ello, la UNESCO vigila cuidadosamente que sean los jóvenes los actores protagónicos en el desarrollo de sociedades encaminadas hacia la paz.

Los docentes verdaderamente comprometidos con su tarea educativa, que ven a las personas con las que intervienen en los procesos educativos como su razón de ser, como su ilusión máxima, son altamente sensibles a una definición más personal y enérgica del concepto «educar».

Su labor tiene que ver con la transformación de la vida, con alcanzar «las cosas buenas» que pueden obtenerse de este mundo. Si educar es buscar la mejor vida posible, también lo es pretender la paz. Un buen maestro es aquel que apoya, promueve y guía el desarrollo de habilidades, conocimientos y actitudes positivas de otras personas sobre temas determinados, en un ambiente de seguridad y confianza.

Quien educa para la paz y desde la paz es alguien que ama la vida y lo humano, le es natural vivir su tarea educativa desde una doble perspectiva: con ternura y con el conflicto que surge de tomar una postura. Esta propuesta educativa que sugiere Carlos Aldana es absolutamente tierna, porque es una opción amorosa, ética y humana, y es un gesto cariñoso que se lleva a cabo día a día. Es claro cuando afirma que la ternura no cabe en el discurso académico y frío.

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Abracemos desde nuestra práctica docente un nuevo proyecto pedagógico que se realice desde y para la comprensión, vivencia e institucionalización de los valores, actitudes y compromisos que promueven la dignidad, la educación holística, que es el concepto nuevo y urgente que se traduce en educar para la paz.

Aprendamos a movernos tanto en los ecosistemas naturales como en los nuevos ecosistemas tecnológicos, para lo cual debemos seguir preparándonos. Humanicemos los espacios educativos del siglo XXI porque mientras existan seres humanos, habrá mundo y cultura; mientras exista mundo y cultura, existirá la educación.

Desde mi experiencia como educadora desde la acción para la paz, estoy convencida de que es posible generar una cultura de paz dentro de nuestros propios centros de telebachillerato en Chiapas. Este nuevo paradigma puede emprenderse desde la formalidad del currículo, bajo una propuesta de la pedagogía de la liberación y de la esperanza a la que nos invita Paulo Freire, en la cual la reflexión y la acción aumenta la autoestima y genera transformaciones significativas en la vida cotidiana de jóvenes chiapanecos. Lo anterior es posible a través de procesos pedagógicos vivenciales basados en el diálogo.

Actualmente adscrita como maestra de base en la escuela Telebachillerato No. 49 «Vaxakmen», municipio de Zinacantán, ubicado en la zona altos de Chiapas, he tenido la oportunidad de impulsar algunos proyectos a través de los cuales se ha permeado la nueva visión holista en mi quehacer docente y, con ello, se fomenta una cultura de paz como son: «La mujer y la paz comunitaria», taller impartido a mujeres de la comunidad de Zinacantán en coordinación con la Casa de la Cultura; «Transformación positiva de conflictos», curso-taller que brinda sustentos teóricos y evidencias prácticas útiles para la reflexión y la acción; «Jóvenes por la Paz», encuentro Juvenil con demostración, promoción y rescate de diferentes aspectos culturales (gastronomía, música, juegos tradicionales, mural rodante por la paz) que refuerzan la identidad y la comprensión de la multiculturalidad, además de la importancia de una relación intercultural basada en el respeto; «La pedagogía del diálogo como constructora de una cultura de paz», diplomado dirigido a maestros de los altos de Chiapas que tiene por objetivo propiciar herramientas útiles en el proceso de la transformación pacífica de conflictos dentro del ámbito escolar. «Hagamos memoria, vivamos nuestra historia», dirigido a jóvenes estudiantes de la Escuela Telebachillerato No. 49 «Vaxakmen» y que busca provocar en las generaciones jóvenes una reflexión sobre los diferentes acontecimientos que han confluido en su cultura para la valoración de su propia identidad y la visualización de su andar por el mundo (este programa produjo un mural histórico en Zinacantán).

Si bien la solución puede parecer fácil, la historia revela que la paz como justicia social, como satisfacción de las necesidades básicas de todas las personas, es una cuestión compleja y una tarea difícil. Pero como escribiera Ortega y Gasset: «No puede ignorarse que si la guerra es una cosa que se hace, también la paz es una cosa que hay que hacer, que hay que fabricar…»

Así, aunque es difícil medir los resultados cuantitativamente, estoy convencida de que bajo éste paradigma es más fácil alcanzar una transformación positiva de actitudes en la población y contribuir al logro de mejores estándares en la calidad de vida basados, por supuesto, en un autoconocimiento, aceptación y comprensión del mundo que nos conducirá a una convivencia alejada de la competencia por el logro de lo superficial, y al fomento de relaciones basadas en el respeto y la realización del ser y, por ende, de la colectividad

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Fuente AZ Revista de Educación y Cultura

http://www.educacionyculturaaz.com

Gracias Beba Gracia desde México.

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