24 de marzo de 1976 – 10 de diciembre de 1983

Nunca Más: Informe Sábato

El 29 de diciembre de 1983 Ernesto Sábato fue elegido Presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de personas (CONADEP), gracias a su honestidad y espíritu crítico. La misma tuvo a su cargo investigar y publicar un informe sobre los crímenes de Estado cometidos por la dictadura militar, en el poder entre 1976 y 1983. Cinco departamentos fueron creados para tratar los diferentes aspectos de trabajo. Se relevaron miles de casos de abducción, desaparición, tortura y ejecuciones. Cada caso fue documentado en un archivo numerado. Se compilaron más de 50.000 páginas de documentación. Un resume, fruto de las tareas de dicha comisión, fue publicado en un reporte oficial en el año 1984. Se trata del sobrecogedor volumen Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas (Eudeba, 1984), conocido mundialmente como Informe Sábato. En dicho informe se da testimonio de la desaparición y muerte de más de 30 mil personas durante la dictadura militar instaurada en el país desde fines de la década del 70′ hasta principios del 80′. Luego de miles de testimonios y hechos horripilantes, la Comisión concluyó con una serie de recomendaciones para iniciar acciones legales contra los responsables. Pero además de la coordinación de la comisión, Sábato tuvo a su cargo la realización del prólogo del libro. Parte del mismo dice:

«…Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el período que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Únicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MAS en nuestra patria se repetirán los hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado…»

Abuelas de Plaza de Mayo

Nuestra historia, nuestras realizaciones y nuestros proyectos nacen con la lucha contra la impunidad y contra las consecuencias de las prácticas represivas que sufrió Argentina durante la vigencia del Terrorismo de Estado, entre 1976 y 1983. Se estima que hay no menos de 400 niños aún desaparecidos; muchos de ellos secuestrados junto con sus padres y otros nacidos en centros clandestinos de detención, donde fueron llevadas sus jóvenes madres en distintos momentos de su embarazo.

Esta trágica situación es la que dio origen a nuestra institución que se ha dedicado a la búsqueda de estos niños, que son los hijos de nuestros hijos, también desaparecidos. Han pasado muchos años y esos niños son hoy jóvenes, pero se sigue cometiendo contra ellos una grave violación de los derechos humanos, la que vulnera el derecho personalísimo a la propia identidad.

Cuando comenzamos -en plena dictadura militar- éramos apenas madres y abuelas desesperadas que nos conocimos buscando a nuestros seres queridos y encontramos en el accionar común la fuerza necesaria para seguir recorriendo hospitales, cuarteles, juzgados… Nos fuimos consolidando poco a poco, formando equipos de profesionales y rodeándonos de la solidaridad nacional e internacional.

Ya somos personas muy mayores y nuestra principal preocupación es que más allá de nuestro natural ciclo vital aquellos niños -hoy jóvenes- puedan acceder a su verdad y que las nuevas generaciones asuman como propia la tarea de que NUNCA MÁS en la Argentina y en el mundo se repitan hechos tan aberrantes como los que nos ha tocado sufrir.

Entrevista a Osvaldo Bayer (Recorte)

–¿De qué se debatía en las redacciones por ese entonces?

–Noticias Gráficas era una redacción de intelectuales. Tomaban a escritores o gente que tenía talento para escribir. Recuerdo que había un poeta olvidado, González Carvalho, José Portogalo, Bernardo Verbitsky y otros más. Se hablaba mucho de política. Se debatía el peronismo, con sus pros y sus contras. La redacción era más bien socialista, pero no del Partido Socialista que había cometido el gravísimo error de haberse metido a hacer la Unión Democrática. También se hablaba de literatura y de sociología.

El autor de Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia y La Patagonia rebelde, se desempeñó como secretario general del Sindicato de Prensa desde 1959 hasta 1962, año en el que decidió hablar de la figura del coronel Federico Rauch en la ciudad bonaerense que lleva ese nombre.

Cuenta: “Di una conferencia en la biblioteca pública y les dije que Rauch fue un genocida, contratado para exterminar a los indios ranqueles. También conté sobre el indio Arbolito, que le boleó el caballo a Rauch y le cortó la cabeza. Propuse que cambien el nombre del genocida por el de Arbolito. La sala estaba llena y de pronto todo el mundo rajó. Luego me enteré de que el nuevo ministro del Interior era el general Juan Enrique Rauch, bisnieto del coronel Rauch. Allanaron el sindicato y detuvieron a un montón de sindicalistas, y a mí me llevaron a la cárcel de mujeres”.

–¿Por qué lo enviaron a la cárcel de mujeres?
–Para humillarme. Sesenta y tres días estuve allí.

Violencia, exilio y ausencias. –Cuando el camino de la lucha armada se empezó a acentuar a comienzos de los 70, ¿cuál era la discusión con sus compañeros que tomaron esa vía?

–Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Paco Urondo veían ese camino como el único. Para mí la salida era la de Agustín Tosco. El Cordobazo y no la guerrilla. Eso no quiere decir que la historia me haya dado a mí la razón.

–¿Cómo los recuerda?

–Les tengo mucho cariño. Haroldo Conti era el escritor del Delta. Era tan apasionado cuando hablaba del Delta que en sus ojos se empezaban a dibujar las islas y el Paraná. Con Paco nos sentamos durante cuatro años uno al lado del otro en el diario. Tengo una anécdota que lo describe bien. Era un gran luchador pero le gustaban las cosas buenas de la vida. Una vez nos quedamos trabajando hasta la una y pico en la redacción y le propuse ir a comer al boliche de la esquina. «No, si voy a cenar, voy a un restaurante donde se come bien», me dijo.

–¿Qué es lo que más le pesa de esas ausencias?

–Pienso en cómo deben haber sufrido cuando eran torturados. En el caso de Haroldo le rompieron las rodillas a patadas y le ponían la comida a diez metros y tenía que arrastrase para comer. Todas esas humillaciones que sufrieron esas cabezas tan enormes por haber luchado por el pueblo. En cambio, los que no se comprometieron con el pueblo fueron recibidos por Videla. Los delatores de marfil fueron premiados. En mi último libro, Entredichos, está la polémica con (Ernesto) Sábato donde hablo de su «colaboracionismo» con la dictadura. Igual (Jorge Luis) Borges, que fue un genio en la literatura pero no fue un sabio, ya que aceptó la condecoración de (el ex dictador chileno) Augusto Pinochet.

Usted relató que cuando se estaba por exiliar, en el aeropuerto de Ezeiza, un brigadier le dijo que nunca más pisaría la Argentina. ¿En algún momento creyó las palabras que oyó de ese hombre?

–El brigadier Santuchone me dijo: «Usted jamás va a volver a pisar el suelo de la patria». Cuando el avión empezó a volar, yo pensé: «A lo mejor este miserable uniformado tiene razón y nunca más puedo volver a la Argentina». Ocho años después volví y lo busqué. Le iba a hacer la venia y decir: «Brigadier, estoy de nuevo pisando el suelo de la patria».

–¿Por qué decidió vivir cuatro meses en Alemania y ocho en la Argentina?

–Porque quiero estar con mi mujer, mis hijos y mis nietos, que ya tienen su vida hecha allá. La separación de la familia es una de las cosas imperdonables de la última dictadura. Me propuse volver a la Argentina por una cuestión de moral y también de ética. Quiero seguir la lucha que inicié tiempo atrás, una lucha por un socialismo libertario.

–¿Cuánto tiene que ver este país con el que soñó?

–Nada. Soñé con otra cosa, como mis queridos amigos a los que los sorprendió la muerte. Yo quisiera un socialismo libertario, donde se cumpliera la estrofa del Himno que dice: «Ved en trono a la noble igualdad».

Recopilación a cargo de Walter Heredia

Para la escuela:

ultimo gob defacto

El análisis de la primera plana del diario ejemplifica las características del gobierno, a través del anuncio de las primeras medidas del gobierno militar en 1976

«El peor de todos»: el último gobierno de facto y la violación de los Derechos Humanos

El propósito de la actividad con niños de séptimo grado es ayudarlos a conocer más características del gobierno instaurado tras el golpe de Estado de 1976 y algunas de sus consecuencias en torno a la violación de los derechos humanos que hacen que pueda ser considerado el peor de los ocurridos en la República Argentina.

Una vez realizada la caracterización sobre los tipos de gobierno según la forma de acceder al poder, sería valioso que el docente expusiera algunos rasgos del gobierno de 1976-1983 que brinden un contexto adecuado para entender sus singularidades y la profundidad de las violaciones de los Derechos Humanos realizadas.

¿Por qué el golpe de 1976 fue «el peor de los producidos en la Argentina»?

Para comenzar a responder esta pregunta pueden señalar algunas de las siguientes cuestiones:

  • En octubre de 1976 debían realizarse las elecciones; sin embargo, el poder militar no se proclamó como provisorio.
  • La dictadura instaurada en 1976 adoptó el nombre de «Proceso de Reorganización Nacional» y la propaganda oficial la presentó como una verdadera refundación del Estado y la sociedad argentinos.
  • La propaganda oficial insistía en que había que reestablecer el respeto por las autoridades y las jerarquías del gobierno sobre la sociedad.
  • Con anterioridad al golpe de 1976, la violencia se encontraba presente en la sociedad argentina, habiendo alcanzado un alto nivel de expresión.
  • Las Fuerzas Armadas establecieron que su objetivo principal era erradicar la «subversión» que, en su concepción incluía a las fuerzas y expresiones políticas (armadas o no), sociales o culturales que cuestionaban el orden social vigente.
  • Esta visión no era exclusivamente militar, sino compartida por algunos dirigentes políticos, empresarios, sindicalistas y eclesiásticos. Estos sectores civiles estaban impresionados por la violencia y el caos político previo al golpe, y habían percibido como una amenaza la extensión que había tenido la rebeldía juvenil y la protesta social.
  • Intentaban controlar a la sociedad en todo comportamiento, llegando a legislar, por ejemplo, sobre la vestimenta y el largo del cabello de los estudiantes y de los jóvenes en general, y a castigar su incumplimiento.
  • Desde la muerte de Juan Domingo Perón, en su tercer mandato como presidente, el gobierno peronista a cargo de Isabel Martínez, viuda de Perón y ex -vicepresidente del país, estuvo sumergido en una profunda crisis y ejerció el poder en forma cada vez más autoritaria.
  • El golpe militar fue una decisión de las Fuerzas Armadas en su conjunto. A diferencia de los golpes anteriores, éstas no delegaron el gobierno, sino que ejercieron el poder sin limitaciones a través de la Junta Militar. El gobierno se distribuyó al interior de las Fuerzas Armadas, se nombró al jefe del Ejército como presidente de la Nación. Con el tiempo también fueron nombrando gobernadores e intendentes algunos civiles sometidos a la autoridad militar. Se trató de una auténtica expansión del control militar sobre el Estado y, como consecuencia, sobre todas las esferas de la vida social.
  • A diferencia de otros golpes militares, esta vez la represión adoptó dos caras. Por un lado, tuvo una forma legal, «la cara visible», en el sentido que se atenía a las disposiciones públicas de la Junta Militar. La represión incluyó una serie de medidas públicas, como la ocupación militar de grandes fábricas y de empresas estatales; la prohibición de partidos políticos y sindicatos; los despidos de activistas políticos de sus puestos de trabajo; la prisión de dirigentes, la censura de intelectuales y artistas que pasaron a integrar las llamadas «listas negras». El Estado de sitio, que regía desde 1974, continuó en vigencia hasta 1983: detuvieron a 8625 personas por causas políticas o gremiales, y de ellas, 5182 fueron detenidas después del golpe. Estas personas quedaban «a disposición del Poder Ejecutivo», que implicaba que no eran sometidas a proceso penal ni acusación, y podían permanecer años en esa condición si no se las autorizaba a abandonar el país. Sin embargo, la otra parte de la represión, la central, fue abiertamente ilegal. El eje del sistema represivo fue la desaparición forzada de personas. Se establecieron, como mínimo, 348 centros de detención clandestinos en todo el país que funcionaban como prisiones. Los cautivos no figuraban como detenidos y las autoridades que los habían apresado decían desconocer su paradero: hablaban de «desaparecido».
  • Las autoridades negaban las detenciones, por lo que los familiares desconocían la suerte de las víctimas. Los detenidos eran llevados a los centros de detención donde se los torturaba. Muchos fueron sometidos a ejecuciones ilegales y sus cuerpos arrojados a ríos, lagos o enterrados en fosas colectivas sin identificación. De la inmensa mayoría no se conoce su destino final, por lo cual no se conocen con exactitud la cantidad y la identidad de todos los detenidos-desaparecidos.
  • Mientras se desplegó un aparato represivo ilegal con toda violencia, el régimen militar encomendó el Ministerio de Economía a José Alfredo Martínez de Hoz. La política económica instrumentada tuvo, entre otros resultados, la creciente desindustrialización y el cierre de pequeñas y medianas empresas (actividad financiera especulativa desplazó a la productiva), el aumento del desempleo, la profundización de las diferencias sociales en la sociedad argentina, y el gran aumento de la deuda externa.
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